Luego del confinamiento voluntario, estamos transitando el camino hacia la llamada “nueva normalidad”. En este proceso lleno de incertidumbres, se hace necesario por un lado entender cuáles son los efectos del confinamiento y por otro lado, tener claro cómo llevar adelante medidas de cuidado y de higiene, sin descuidar la dimensión psicosocial y sin generar alarma.
Para encontrar algunas claves al respecto, conversamos con Graciela Loarche que es Psicóloga, Magíster en Psicología Social y Especialista en Actuaciones psicosociales en situaciones de violencia política y catástrofes. Además, es docente en el Instituto de Psicología de la Salud de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. Sus principales líneas de trabajo son sobre Gestión Integral del Riesgo, Psicología en Emergencias y Eventos extremos, Primeros auxilios psicológicos y Psicología ambiental. Loarche ha colaborado con el Sinae en varios proyectos de recuperación del país ante eventos extremos.
¿Cuáles son los principales efectos psicosociales del confinamiento que habría que atender en esta "nueva normalidad"?
Hemos transcurrido este período de modos diversos. Para todos supuso un quiebre en la rutina, un corte en lo cotidiano, provocado por un evento desconocido que nos llevó a un escenario de mucha incertidumbre. Y no podemos asegurar con certeza el fin de una etapa. Utilizar la noción de desescalada y no de rebaja de las medidas de confinamiento, quiere transmitir la idea de proceso irregular, gradual, que hay que estar adaptando según la evolución de los datos epidemiológicos y del impacto que las medidas tienen. Más allá de nuestros estilos y calidad de vida, en lo cotidiano vivimos con la idea de un mundo predecible, en donde podíamos anunciar lo que haríamos cada día, con horarios establecidos para nuestras actividades, en donde teníamos el control de nuestra vida diaria y ahora hemos perdido cierta libertad. Esta situación, que irrumpe de modo brusco, genera gran estrés. El cómo gestionamos ese estrés depende de las vulnerabilidades previas a la pandemia y de nuestra capacidad para afrontar las consecuencias. Las personas podrán tener diferentes reacciones que aparecerán de modo inmediato o tardío y seguramente se irán modificando en el tiempo. Esas reacciones se presentan a nivel emocional, fisiológico, cognitivo y de las conductas. La intensidad depende de las experiencias anteriores de adversidad y las secuelas que éstas han dejado, de si tenemos redes de sostén personal y colectivas eficientes, de los recursos que tenemos para afrontar las consecuencias a nivel afectivo, laboral, económico, social. Es importante tener en cuenta que las reacciones y síntomas que aparecen son comunes y no deben analizarse desde una mirada de la patología. Lo no común es el evento y las reacciones es nuestro modo de adaptarnos. En la mayoría de los casos esas reacciones irán mitigando. Sin duda tener una adecuada contención emocional en lo inmediato o lo que llamamos primeros auxilios psicológicos colabora para que esas reacciones no constituyan un trastorno.
Asociada o en paralelo a la pandemia en nuestro país hay consecuencias, sobre todo a nivel socioeconómico, que generan efectos en lo personal y en la sociedad. El cambio de estilos de vida, el desempleo o disminución de ingresos, la vulneración de derechos, dan cuenta de una ruptura del tejido social que costará mucho reestablecer y trae consecuencias en la salud, probablemente un aumento en la tasa de suicidios, de adicciones y violencia. Ha quedado en evidencia la debilidad de la atención de la salud mental, sobre todo desde la prevención, y la importancia de la mirada integral de la salud. Necesitamos fortalecer un modelo de atención a la salud con énfasis en la construcción de una cultura preventiva, que no se centre en la sintomatología sino en las causas que la generan.
¿Qué recomendaciones le harías a cada familia para tomar medidas de cuidado y de higiene, sin descuidar la dimensión psicosocial y sin generar alarma?
En primer lugar tener en cuenta que las reacciones que mencionamos antes, también están presentes en niños y niñas. La dimensión de lo que está sucediendo depende de la edad, de los cambios que se han dado en su cotidianeidad, de cómo procesa la información que tiene de lo que sucede. No debemos subestimar lo que les está pasando a los niños y niñas. Es necesario contener, dando lugar a la expresión de emociones, estar atentos a señales que podamos detectar por ejemplo en el juego o dibujos. Se necesitan espacios de calma, que se sientan acompañados sin abrumarlos, hablarles de forma pausada y con términos que sean comprensibles a cada edad. Es importante no mentirles, ya que eso puede generar desconfianza y mayor temor sobre lo que sucederá. Hablar de cómo nos estamos sintiendo, que está bien y es común sentirse tristes, preocupados, enojados y que a los adultos les sucede lo mismo. A veces no tendrán ganas o no podrán expresar lo que les sucede, es importante que sepan que eso también es común y que cuando lo deseen los adultos están disponibles para brindarles apoyo.
En la medida de lo posible contribuye construir rutinas, estableciendo horarios para las actividades pero con flexibilidad y permisos. Es fundamental diferenciar entre distanciamiento físico y el aislamiento. Es clave que pueda mantener la comunicación con sus pares, sobre todo cuando en la familia no hay otros niños o niñas con quien compartir juegos y hablar.
¿Cómo se puede lograr inculcar sobre todo en niños y niñas que están retornando a clases, la idea del distanciamiento físico sostenido?
Hay que tratar de no generar escenarios de miedo al contagio, sino de escenarios de cuidados y salud. Los niños y niñas pueden verse como responsables de posibles contagios a seres queridos, por ejemplo a sus abuelos o a sus amigos, o tener temor a ser contagiados. En vez de generar un espacio en el campo de la enfermedad, tenemos que ubicarnos en el campo de la salud. Desde esa mirada se los puede involucrar como protagonistas en el cuidado propio y de los demás. No limitarlos ni limitarnos más de lo necesario, poner énfasis en lo que sí se puede hacer. Que sean ellos quienes reinventen juegos, dar espacio para descubrir nuevos modos de acercamiento. Tenemos que evitar que la distancia sea emocional y afectiva. Buscar estrategias para generar redes de contención, de espacios seguros, en donde la distancia física sea una medida de protección ante el virus, pero sólo eso. No puede ser un impedimento para pensar en colectivo y en actividades grupales.
¿Que deberíamos aprender, capitalizar de esta pandemia y de la medida de confinamiento?
Por un lado la necesaria reflexión sobre modelos de desarrollo y cómo gestionamos los riesgos a nivel país. Cuál es nuestra capacidad de afrontamiento de la adversidad y qué venimos haciendo para construir un país resiliente.
Estamos viviendo una ruptura del sistema de equilibrios que regulan la vida cotidiana y nos muestran que el mundo no es controlable ni predecible.
Pero toda crisis conlleva una oportunidad de aprendizaje. La pandemia, como cualquier evento extremo, da visibilidad a las vulnerabilidades que tenemos en distintos niveles. Dependerá de las medidas que se adopten para disminuir esas vulnerabilidades, que el impacto ante cualquier adversidad futura sea menor. Para ello es necesario fortalecer una cultura preventiva, por ejemplo incluyendo en la educación pautas de autocuidado y herramientas para hacer frente a situaciones adversas.
Aprendimos que somos muy diversos y que no puede haber mensajes para un tipo de familia que no representa a la gama de situaciones que se dan en los hogares en donde convivimos. Aprendimos que el confinamiento, sobre todo cuando las condiciones de habitabilidad no son las adecuadas, es una situación que tiene consecuencias a nivel psicosocial. También nos lleva a plantearnos nuestras prioridades y nuestra visión de futuro. La pandemia, el modo en que la transitamos, la afectación y consecuencias en los diversos ámbitos, dejarán huella en nuestra identidad personal, social y territorial.
Fuimos aprendiendo que el confinamiento para muchos uruguayos no fue posible y que en algunos hogares supuso un riesgo a la seguridad de mujeres, niños y niñas. Aprendimos que las medidas no son efectivas en todo el territorio, sino que se debe contemplar las singularidades. Que las estrategias más efectivas son aquellas que involucran a los afectados y fortalecen redes para que sostengan a quienes más lo necesiten, y apunten a comunidades resilientes.
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